Años mas tarde aun seguían sin olvidar las ultimas palabras que se dijeron, las llevaban imprimidas en el fondo de sus carnes. A Rosand los años le pasaron más rápido
que el poder olvidarlos, al lado de su familia enfrente de la playa, en el corazón del mediterráneo. Sus nietos y sus hijos cuidaban de ella, era como un juguete que
todos querían y a la cual le agradecían su existencia. Aveces buscaba en las esquinas y en las sombras que aun le dejaban ver las cataratas, algún rastro
de aquel guerrero que quiso tanto, y le atormentaba en forma de sonrisas la idea de que aquel desagradecido hubiera muerto en una de sus guerras sin despedirse.
Rosand estuvo casada durante casi cuarenta años, era una vieja arrugada y ya había perdido su belleza, entre sus arrugas no se notaba una pizca de sufrimiento
y en sus canas de gris ojalata demostraba el amor que le tenia a la vida. Un día antes de que dejara de existir el correo ordinario en papel, la vieja recibió una carta
que le entrego una de sus hijas, y que le tuvo que leer:
Te espero en nuestra isla.
Sin decir nada callo, y agarro la carta. Despues de tener pesadillas con leones y serpientes que se la comían, decidió que iría y así lo hizo. Con la ayuda de su nieta Isabel
ultimo los detalles de su herencia, se despidió de todos como si fuera a morirse en una ultima gran cena, y nunca mas nadie la volvió a ver.
En medio de la isla, la esperaba un negro pequeño y achacado por los años, vestido de lino y con un machete en la cintura. Nunca mas se supo de ellos, más que
murieron ahogados mientras se abrazaban.
Estaba sentada en su silla, con un pijama de tonos crema y zapatillas de ir por casa, sus codos se apoyaban sobre la mesa mientras sus dedos bailaban con un bolígrafo azul que rayaba el papel como la hoja de acero de los patines de una bailarina rusa sobre el hielo. Debajo de la parte superior del pijama se notaba como no llevaba brasier y sus senos se ceñían a la suerte de su talla, sus pechos acompañaban al baile de la mano y se balancean como una pluma en infinita caída desde la distancia.
La luz venia desde el lado derecho, de una lampara moderna ensamblada en china, pero con un diseño hecho en Europa, nadie hubiera dudado que se trataba de una obra de arte de haberse encontrado en un museo. La misma luz que a su vez calentaba el aire, alumbraba las manos blancas, hermosas y frías de quien no se preocupa de como pasa la vida, sus uñas teñidas de un rosa flamenco destacaban con su piel. Después de horas casi en la misma posición,
buscaba en el vació de la oscura ventana algún ladrón que escondido quizás dejara verse, para alimentar así sus
miedos mas primigenios. El aleteo de un pájaro de vuelta al nido cambio por completo la expresión de su rostro, y en un solo segundo soltó el bolígrafo que voló en cámara lenta, y su nariz absorbió tanto aire como pudo, sus ojos resaltados buscaban una respuesta a lo que veía, pero sus ojos le dijeron rápidamente que aquello era diferente al ladrón que esperaba, cuando se dio cuenta que era solo un simple pájaro sonrió aun asustada, y dijo en voz alta como si alguien la oyera. -- Que tonta. -- Y siguió riéndose con la mesa, con las paredes, con todo lo que la rodeaba. Una vez en la cama y después de acabar de pasar los apuntes a limpio, se puso a recordar el momento del susto y de la gracia que le había provocado, mientras lo hacia, recordó dentro del recuerdo algo que le paso cuando aun era una niña.
Por aquella época estaba aun en el colegio y tenia muy claro la diferencia entre lo bueno y lo malo, tenia amigas o enemigas, y a las segundas les lanzaba piedras. Una calurosa noche de verano, y sumergida bajo la oscuridad de la habitación, los sudores de dormir arropada la despertaron pero su despertar duro tanto poco como la acción de desarroparse. Siguió dormida hasta que un estruendo la despertó y vio como una sombra se abalanzaba sobre ella, estaba segura de que era un ladrón, y de que venia a robarla, forcejeo tanto con el que parecía rendirse, pero no la salvo eso sino el despertarse de verdad con el corazón acelerado latiendole en la garganta, con las manos buscando de quien defenderse. Después de un cuarto de hora esperando que el verdadero ladrón apareciera no apareció nunca nada y se convenció de que no era mas que una pesadilla, al poco rato la naturaleza la hizo ir al baño y no tuvo ningún problema mas que el que levantarse y caminar. Ya allí sentada, con la piernas colgando no pensaba en absolutamente nada, y oía el sonido de una pequeña cascada a punto de extinguirse. Al levantarse y mirar a la ventana que estaba a su espalda el ladrón de sus sueños la observaba, en un silencio que hoy aún recuerda.
Andaba acompañado por Michael y Dani en una noche fría y silenciosa. Mientras bajaban por aquella calle oscura y tan conocida por todos, el muchacho moreno observaba en gama de grises el bosque enjaulado y solitario que tantos cumpleaños hospedo.
Años antes en uno de los días mas soleados que el mediterráneo pudo ofrecer a los sentidos de aquel niño, en ese mismo bosque, que a la luz del día se convertía en un bonito cúmulo de arboles, lleno de mesas de madera, plastiquitos pequeños que nadie recogía, una barbacoa con techo que solo podía encenderse días contados por miedo a posibles incendios y unos baños que nadie nunca conoció. Aquel día en concreto se celebraba el cumpleaños de David. Como tradición se degustaban pasteles filipinos hechos por la madre del cumpleañero, rellenos de tierna carne picada y envueltos en una capa de pan apenas imperceptible de color blanco. En medio de la tierra y los pinos de diez metros de superviviente altura que no dejaban crecer mas que maleza y piedras entre las piñas, los niños jugaban a fútbol.
Después de revivir por un instante todo lo vivido en aquel bosque años antes, X reía junto a Dani de la caricatura dibujada aquel día en clase, de una pobre chica la cual en los dibujos habían aumentado considerablemente algunas actitudes faciales de una forma tan sutil y cómica que solo ellos la reconocían.
Al subir las escaleras detrás de Michael y dejar atrás al oscuro bosque, lo que antes era una travesía se convirtió en un saludo generalizado que consto en que cada uno saludo a las dos o tres personas que se encontraban mas cerca.
La fiesta a la que acudieron era de la amiga de Michael y cuyo nombre no se acordaba X cuando Dani se lo pregunto, por lo cual tuvieron que esperar para felicitarla hasta cuando ella vino a saludarles nada mas noto su presencia. – Hola chicos --- Saludo exaltada con una sonrisa de oreja a oreja. – Hola, que tal? – Le respondió X, – Felicidades – Le dijo Dani con un tono de vergüenza. El lugar era amplio, poco iluminado en forma circular y con una pequeña barra escondida justo en la entrada, donde se guardaba el licor y los hielos.
Mientras las jovencitas bailaban en medio de la pista de baile al ritmo de un auto-proclamado DJ que nadie conocía, la mayoría de los muchachos reían en la mesa de los sinsentidos y bromas que iban soltando unos y otros, hasta que de repente se silenciaron todos varios segundos para dar entrada a algo que iba a decir X . – La chica que baila bien, tiene sobre el labio superior una viruta de chocolate, por qué no va alguien y se lo dice. – Después de aquello se hoyo un túmulo de carcajadas y Michael soltó entre las risas un – Qué hijo de puta .
Y X se quedo serio pensando en sus adentros lo preciosa que le parecía, y la belleza compartida con su hermana casi melliza, sin saber el muchacho que al final sería él quien años después se lo diria a ella al de darle un beso en su peca, y recordar, y contarle desde cuando era capaz de recordarla.
Después de varios días, X seguía despilfarrado sobre la cama como el dibujo de la silueta blanca de un cuerpo después de un homicidio. Desprendía un calor acogedor, como el de un carbón rojo a punto de extinguirse, por los huecos de las ventanas entraban haces de oscuridad de noche, y de día entraba simplemente luz. La habitación era amplia, y sobre el pie de la cama yacían a la espera un par de zapatos negros, unas medias agujereadas y un vaquero desgastado por el uso. El joven que aveces consciente se planteaba en la brevedad de mili segundos su situación y inspiraba el aire que por días lo había acompañado, sentía como emanaba desde dentro de su cuerpo una droga en forma de sudores que ya no supuraban mas que vació.
Al caer el peso de la dosis sobre sus pestañas, era transportado a un mundo donde Jackson Pollock pintaba sobre sus pupilas, y los pajaritos volaban entre hebras de todos los colores. En un intento fallido por intentar moverse en el vació de la nada, sentía el peso de la gravedad sobre su torcida espalda y se despertaba solo con un ojo medio abierto como un submarino en medio de la guerra, mientras el otro entre la sorpresa de Pollock y los pajaritos, observaban a un tal San Martín recogiendo colores con un cubo.
Un olor intenso a tierra, una leve bajada de temperatura y el continuo rugido de un animal que parecía no cansarse, despertaron al joven asustado, sin saber donde estaba. Después de asimilar otra vez su existencia, y dar por respondidas las preguntas mas abstractas de los hombres, se acerco a la ventana para ver como la lluvia tomaba la forma de todas las cosas que tocaba.